Pubblico con entusiasmo quanto scrive el mè amìs Francisco Rivero, Cronista Oficial de Las Brozas, non perchè mio “Presi” dell’associazione dei periodistas dell’Extremadura (alla quale appartengo tanto misteriosamente -se non per l’amicizia di Paco- quanto indegnamente) bensì per l’importante dettaglio che una dotta relazione sul “turista” Cervantes (aahhh ricorre il 500° anniversario della morte, tutta la Spagna lo ricorda al mondo) in Extremadura va assolutamente (e attentamente) letta …
….Este año 2016 se cumplen los 400 años de la muerte del más grande de los escritores españoles y uno de los más insignes de la historia de la Literatura Universal: Don Miguel de Cervantes y Saavedra.
Cervantes habla de nuestra tierra extremeña; la conoció bien; yo diría que muy bien y esto hace que sugiramos aquí una ruta turístico – cultural, que comienza en la villa de Guadalupe, con su Monasterio, declarado Patrimonio de la Humanidad por una promesa hecha al escritor a la Virgen Morenita; pasa después por la ciudad de Trujillo, donde escribió parte de su último libro; la localidad de Garrovillas de Alconétar, donde se halla el castillo de Fierabrás y la villa de Las Brozas, donde nació el gramático Francisco Sánchez de las Brozas, discípulo crítico de Antonio de Nebrija, quien vivió en la villa durante tres años y allí escribió parte de la primera Gramática Española, publicada en 1492. Cervantes elogia en su obra “La Galatea” a El Brocense. Sólo con estas mimbres confeccionaremos una ruta turístico-cultural por nuestra tierra, sin olvidarse de los vinos de la Sierra de Gata, que el autor de El Quijote elogia en “La ilustre fregona” y la portada del Insigne Caballero de La Mancha, dedicada al Duque de Béjar y señor del pueblo pacense de Capilla.
En el Monasterio de Guadalupe
Al Monasterio de Guadalupe, regentado entonces por la Orden Jerónima, se acercó tras su cautiverio en Argel, Miguel de Cervantes tras ser liberado por dos monjes de la Orden Trinitaria, de ahí que el escritor quisiera ser enterrado en el convento de las Madres Trinitarias de Madrid, donde yo he tenido el honor de acudir a una misa en su honor con todos los académicos de la Lengua.
A unos 4 kilómetros antes de llegar a la villa de Guadalupe por la carretera de Madrid y Navalmoral de la Mata se encuentra el viajero con la ermita del Humilladero, una edificación del siglo XV y que fue declarada monumento nacional en 1931, con las mismas trazas arquitectónicas que las del templete que hay dentro del claustro mudéjar del monasterio. Por cierto este claustro fue totalmente restaurado con el 1 % cultural que el Ministerio correspondiente recibe de los Estados Unidos por el arriendo de las bases militares en España, según me informó el empresario constructor, un extremeño enamorado de todo lo nuestro.
Cervantes llegó hasta el templete con sus cadenas para ofrecérselas a la Virgen Morenita de las Villuercas, un lugar precioso desde donde se divisa un precioso panorama con grandes zonas arboladas y a lo lejos, al oeste las montañas de las Villuercas con forma apalachense, un estilo de montañas que conforman los Montes Apalaches de los Estados Unidos un nombre que dimos los españoles a los indios Talahasses en 1528, cuando la expedición de Alvar Núñez Cabeza de Vaca al norte de la península de la Florida.
La ermita es de forma cuadrada. Yo la he conocido arruinada y abierta, hoy está muy bien restaurada. Es de estilo gótico mudéjar en sus cuatro caras.
Otro don Miguel, en este caso, de Unamuno: “El pueblo de Guadalupe es uno de esos típicos pueblos serranos llenos de encanto y de frescura. Sus soportales, su fuente, sus calles con entrantes y salientes y voladizos balcones de madera, sus casas señoriales, su sello, en fin, de reposadero”.
En el último libro que escribió Cervantes, del que hablaremos más adelante, Los trabajos de Persiles y Segismunda, narra claramente que Cervantes sí estuvo en Guadalupoe y lo cuenta de la siguiente manera: “Apenas hubieron puesto los pies los devotos peregrinos en una de las dos entradas que guían al valle que forman y cierran las altísimas sierras de Guadalupe, cuando, con cada paso que daban, nacían en sus corazones nuevas ocasiones de admirarse; pero allí llegó la admiración a su punto, cuando vieron el grande y suntuoso monasterio, cuyas murallas encierran la santísima imagen de la emperadora de los cielos; la santísima imagen, otra vez, que es libertad de los cautivos, lima de sus hierros y alivio de sus pasiones; la santísima imagen que es salud de las enfermedades, consuelo de los afligidos, madre de los huérfanos y reparo de las desgracias”.
Entraron en su templo y donde pensaron asilar por sus paredes pendientes por adorno, las púrpuras de Tiro, los damascos de Siria, los brocados de Milán, hallaron en lugar suyo las muletas que dejaron los cojos, los ojos de cera que dejaron los ciegos. brazos que colgaron los mancos, mortajas que se desnudaron los muertos, todos después de haber caído en el suelo de las miserias, ya vivos, ya sanos y libres y ya contentos merced a la larga misericordia de la Madre de las Misericordias, que en aquel pequeño lugar hace campear a su benditísimo Hijo con el escuadrón de sus infinitas misericordias.
De tal manera hizo aprehensión estos milagrosos adornos en los corazones de los devotos peregrinos, que volvieron los ojos a todos los lados del templo, y les parecía venir volando por el aire los cautivos envueltos en sus cadenas, a colgarlas de las santas murallas, y a los enfermos arrastrar sus muletas, y a los muertos mortajas, buscando lugar donde ponerlas, porque ya en el sacro templo no cabían; tan grande es la suma que las paredes ocupan”.
Por Guadalupe también pasaron verdaderos personajes históricos, desde reyes hasta conquistadores como Hernán Cortés y antes Cristóbal Colón, a donde trajo indios que fueron bautizados, asómbrese, en la pila que hoy mismo vierte el agua a la fuente que se halla en la plaza delante de la puerta principal del Monasterio. Esa pila bautismal de todos los americanos de hoy en día, debería estar en un museo por lo que significa para la historia de España y América.
En Trujillo
El Quijote habla ya de la ciudad de Trujillo y de uno de sus personajes más célebres: Diego García de Paredes, el Sansón extremeño, nacido en Trujillo en 1468 y muerto en Bolonia en 1533. Fue un fuerte y valiente militar español, atacando solo en lugares a los turcos. La leyenda dice que arrancó de cuajo la pila de la iglesia trujillana de Santa María para darle el agua bendita a su madre enferma en casa para que se santiguase. La pila aún se conserva en el templo y llama la atención por lo pesada y grande que es. Está enterrado en ella. Su hijo, del mismo nombre, fundó la ciudad de Trujillo de Perú
Miguel de Cervantes dice de él en el capítulo XXXII de la primera parte de El Quijote:
Un Viriato tuvo Lusitania; un César Roma; un Aníbal Cartago; un Alejandro Grecia; un Diego García de Paredes Extremadura Y este Diego García de Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, en Extremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y puesto con un montante en la entrada de un puente, detuvo a todo un innumerable ejército que no pasase por ella, e hizo otras tales cosas, que si como él las cuenta y escribe él asimismo con la modestia de caballero y de cronista propio, las escribiera otro libre desapasionado, pusieran en olvido las de los Héctores, Aquiles y Roldanes.
Dice don Juan de Tena, uno de los hombres que más conocieron la historia de esta ciudad cacereña que Cervantes vino a Trujillo para informarse de la boda de su hija Isabel con Francisco Sanz del Águila.
Por otra parte, en un viaje de Lisboa a Madrid, Miguel de Cervantes se para en Trujillo alojándose en el palacio de Juan Orellana Pizarro, señores de Magasquilla, (una antigua aldea cercana a Ibahernando) Juan Orellana fue uno de los 150 hombres que siguieron a Francisco Pizarro y regreso a Trujillo con una inmensa fortuna. Esta casa fue un lugar donde se apuntaron muchos extremeños para hacer las Indias, las Américas.
El palacio aún se conserva, hoy convertido en la sede de un colegio de religiosas. Se trata de une residencia renacentista, una espléndida cuya portada está entre dos torres desmochadas y un enorme arco que abre una galería al subir las escaleras. Su patio interior tiene filigranas platerescas.
Para saber dónde está este palacio, el viajero ha de cruzar la Plaza Mayor, en el rincón del antiguo Ayuntamiento, junto al Palacio de la Conquista, que fuera de los Pizarro, hay un callejón cubierto que llaman Cañón de la Cárcel.
Aquí se alojó en 1582 Miguel de Cervantes por la generosidad de los Pîzarro Orellana. En agradecimiento a todo ello, el escritor recordó a sus anfitriones en el libro tercero de su novela “Los trabajos de Persiles y Segismunda”, publicada póstumamente, en seis ciudades españolas, dada la fama de su autor.
“Sobre una de las bestias del hato se acomodó la hermana del pastor, que estaba recién parida, como se ha dicho, con orden que se pasase por su aldea, y dejase en cobro su criatura, y con la otra se partiese a Trujillo; que los peregrinos, que iban a Guadalupe, con más espacio la seguirían. Todo se hizo como lo pensaron, y luego, porque la necesidad del caso no admitía tardanza alguna”.
Tomad —dijo, pues, el caballero—, tomad, señores, esta cadena de oro, que debe de valer doscientos escudos, y tomad asimismo esta prenda, que no debe de tener precio, a lo menos yo no se le hallo, y darle heis en la ciudad de Trujillo a uno de dos caballeros que en ella y en todo el mundo son bien conocidos: llámase el uno don Francisco Pizarro y el otro don Juan de Orellana; ambos mozos, ambos libres, ambos ricos y ambos en todo estremo.
Y más adelante…
“…Éstos se aplacaron un tanto con haber topado en el camino la hermana del compasivo pastor, que volvía de Trujillo, donde dijo que dejaba el niño en poder de don Francisco Pizarro y de don Juan de Orellana, los cuales habían conjeturado no poder ser de otro aquella criatura sino de su amigo Rosanio, según el lugar donde le hallaron, pues por todos aquellos contornos no tenían ellos algún conocido que aventurase a fiarse de ellos.
La labradora se despidió aquí, le dieron mil encomiendas para su hermano y los demás pastores, y nuestros peregrinos llegaron poco a poco a las santísimas tierras de Guadalupe.
Garrovillas de Alconétar
Cervantes cuidó mucho su relación con Extremadura, incluida en sus obras. En sus escritos recoge la leyenda en “El bálsamo de Fierabrás”.
Si uno viaja por la carretera nacional 630, a la altura de Garrovillas de Alconétar se cruza el río Tajo. En sus aguas remansadas por el pantano de Alcántara se halla sumergida la torre de Floripes, un castillo de origen árabe y reminiscencias templarias. En él se cuenta la leyenda de Fierabrás, el Caid árabe de la zona. Su hermana, que llevaba por nombre Floripes, se enamoró de un hermoso cristiano, Guido de Borgoña, caballero de las huestes de Carlomagno. Fue herido y sometido a prisión en el castillo. Una noche oscura, se oye un galopar de caballos. El alcaide de la fortaleza, Brutamante, recibe una cuchillada en el corazón que le asesta Floripes que iba en busca de su amado y lo libera junto al resto de los cristianos. El general musulmán echa en falta la presencia de su hermana y corre a las puertas del castillo, al que cerca. Como era difícil salir de allí, se echa en suerte quien debería escapar para avisar a Carlomagno. La suerte recae en Guido, quien a lomos de un brioso corcel escapa de las huestes enemigas, avisa a su emperador, que vence y mata a Fierabrás. Desde entonces, el alma en pena del sarraceno vaga por esos campos por la pérdida del castillo y de su hermana Floripes.
Bajo la torre del castillo templario de Floripes, se hallaba el rosal mágico del que se extraía el famoso bálsamo de Fierabrás, que es a la mitología caballeresca cristiana y española lo que la poción mágica de Astérix para los galos de los tebeos. La torre de Floripes es la misma que asoma sobre las aguas del pantano de Alcántara a la altura de la estación de ferrocarril, una torre que se puede ver desde la antigua Nacional 630. En cuanto al bálsamo curalotodo, se trataría de cierto ungüento con el que Jesús habría sido ungido antes de ser enterrado. En un poema épico francés formaba parte del botín que consiguen en Roma el rey moro Balán y su hijo, el gigante Fierabrás (el de feroces brazos). Estaríamos ante una pócima maravillosa que sana cuanto toca, un bálsamo que Don Quijote busca con ahínco en la novela de Cervantes y cree preparar en el episodio de la venta.
Según la leyenda, cuando hacia el año 800 Carlomagno invade Hispania para frenar el avance sarraceno, Guido de Borgoña, uno de sus caballeros, conquista el castillo de Alconétar al feroz Fierabrás, entrega la fortaleza a Carlomagno y se reserva para él a la bella Floripes, hermana de Fierabrás. Prepara después un banquete para Carlomagno, pero no hay vituallas. Un moro cautivo le revela que bajo la torre de Floripes hay un tesoro con un mantel mágico, que procura toda clase de alimentos si se dicen correctamente unos conjuros. Le asegura que también hay un rosal que florece todo el año, cuyas espinas no hieren y del que se extrae el famoso bálsamo de Fierabrás. De esta manera, Carlomagno comió ricos manjares y don Guido se hizo inmortal. A nosotros nos queda la legendaria torre sumergida.
Cervantes fue un hombre que conoció a mi paisano Francisco Sánchez de Las Brozas(1523-1600), hombre estudioso de la lengua castellana en su obra “Minerva”, quien “elevó el castellano a categoría universal”, en palabras del que fuera director de la Real Academia Española de la Lengua, Manuel Alvar, profesor de este servidor en su carrera de Periodismo. Hoy los expertos de las lenguas, como el suizo Ferdinand de Saussure o el norteamericano Noam Chomsky siguen sus teorías gramaticales. Pues bien, don Miguel le dedica el siguiente elogio a “El Brocense” en su obra Galatea:
“Aunque el ingenio y la elocuencia vuestra,
Francisco Sánchez , se me concediera,
Por torpe me juzgara, y poco diestra,
Si a querer alabaros me pusiera,
Lengua del cielo, única y maestra,
Tiene de ser la que para la carrera
De vuestras alabanzas se dilate;
Que hacerlo humana lengua es disparate”.
Terminar por el principio
Y hablando de temas religiosos, me viene también a la memoria la apertura de mi conferencia en el Congreso Nacional de Cronistas Oficiales, celebrando del 11 al 15 de octubre de 1995 y organizado por mi buen amigo Joaquín Muñoz Coronel, hombre amante de todo lo quijotesco y quijote él mismo.
La autocita dice lo siguiente: “El más insigne escritor de la lengua española, don Miguel de Cervantes y Saavedra, tuvo a lo largo de su vida y de su obra numerosos contactos con Extremadura. La primera relación de Cervantes con mi tierra fue en su bautismo, cuando don Pedro Serrano Téllez, sacerdote que le bautizaría en Alcalá de Henares, llegó a ser obispo de la diócesis de Coria (Cáceres) en agosto de 1577 y donde murió al año siguiente con fama de santo. Don Pedro está enterrado frente al altar mayor de la catedral de Coria”.
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